La inminente escasez de combustibles fósiles coloca a Santa Fe en una compleja situación. Frente a la demanda de biodiesel, se multiplican los cultivos de granos en la provincia. Pero, ¿cuáles serán los costos de generar esa oferta?
“Nos enfrentamos a una competencia entre los 800 millones de conductores que quieren proteger su movilidad y las 2.000 millones de personas más pobres del mundo que quieren sobrevivir. Los supermercados y las estaciones de servicio ahora compiten por los mismos recursos”. Lester Brown, fundador del Instituto World Watch
El avance del negocio de los biocombustibles en el país tiene como escenario principal a las tierras y el complejo industrial vinculado a la soja de la provincia de Santa Fe. Tanto que el Ministerio de la Producción provincial cuenta con una Secretaría de Sistema Agropecuario, Agroalimentos y Biocombustibles. No es para menos: en el sur santafesino están las dos más grandes plantas procesadoras y exportadoras de este producto en el país, con una capacidad de producción de más de 200.000 toneladas anuales cada una. La película recién comienza, ya que por ejemplo el gigante francés Louis Dreyfus espera empezar a producir 300.000 toneladas en su planta a inaugurar, también cerca de Rosario. Mientras tanto, empresas ya asentadas invirtieron en el corto plazo lo necesario para duplicar su producción de combustible a base de oleaginosas. En la conjunción de tierras productivas, capacidad de procesamiento y la inmediata salida a través del puerto rosarino están las claves del crecimiento de esta denominada “alternativa renovable” a la crisis energética mundial causada por la lenta muerte de los combustibles fósiles, que lleva sus precios a niveles impensados no mucho tiempo atrás (ya ronda los 130 dólares el barril, mientras que hace sólo 10 años se ubicaba en 13 dólares).
La Secretaría de Agricultura de la Nación informó que el año pasado las ventas al exterior de biodiesel alcanzaron los 268 millones de dólares, que provinieron de 319.093 toneladas despachadas (lo que equivale a un valor de 841 dólares la tonelada). De esos envíos, el 73% se destinó solamente a los Estados Unidos, mientras que el resto se dirigió a países de Europa. La excitación que produce esta rama de los agronegocios no es para nada producto de una ficción, sino que la causan los números a futuro. Por ejemplo, las estimaciones señalan que este año las exportaciones podrían llegar al millón de toneladas y que el valor de la tonelada seguramente superará los 900 dólares. Esto fue determinante para que el ex ministro de Economía Martín Lousteau emitiera la resolución 126, es decir, la siguiente a la tan polémica resolución 125 que elevó las retenciones de las exportaciones de cereales y desencadenó los reclamos de las entidades rurales en un conflicto que ya lleva casi tres meses.
Aquella resolución, la 126, subió al 20% los derechos a la exportación de biodiesel, los que anteriormente estaban en el irrisorio nivel del 5% ¡con reintegros del 2,5%! En el anterior esquema impositivo se gravaba en 32% las ventas al exterior de aceite de soja. La diferencia con el biodiesel se fundamenta en que éste es un subproducto de aquella. Estas enormes facilidades seguramente han sido un factor determinante para el boom de inversiones en biodiesel, que en Santa Fe además gozan de exenciones impositivas más que atractivas desde el gobierno de Jorge Obeid. En el nuevo esquema, el aceite de soja pagará en promedio, y siempre que se mantenga en la actual banda de precios, un 40% y el biodiesel, como ya se mencionó, un 20%.
EL DÍA DESPUÉS DE MAÑANA. El conflicto entre las entidades rurales y el gobierno puso al desnudo buena parte de la política agropecuaria nacional, que hasta hace poco era desconocida por la gran mayoría de los argentinos no vinculados directamente al sector.
Pero lamentablemente la discusión ha quedado enfrascada en la cuestión de las retenciones (que en definitiva no implican más de 1.500 millones de pesos) sin que se ponga sobre el tapete el problema más grave, esto es, el modelo agropecuario del país, que se relaciona directamente con la seguridad alimentaria de los argentinos.
En ese marco, el rol de los biocombustibles producidos localmente despierta grandes temores por su vínculo lineal con la tendencia nacional al monocultivo -de soja transgénica en este caso- con una consecuente expansión casi sin límite de la frontera agrícola.
Según datos de la organización ambientalista Greenpeace, para proveer materia prima para las plantas de biodiesel existentes y proyectadas en Santa Fe y todo el país se necesitarán más de 9 millones de hectáreas destinadas sólo al cultivo de soja, cifra que casi iguala a la superficie de la provincia.
A esto se suman las especiales condiciones del complejo sojero en el sur santafesino para el procesamiento del cereal, tanto para aceite como para biodiesel.
El año pasado Pablo Bertinat, del Taller Ecologista de Rosario, señaló: “Santa Fe posee el mayor complejo internacional de producción de aceite de soja: las particulares condiciones geográficas y económicas del país después de la devaluación de 2001 permiten a las empresas radicadas en el Gran Rosario generar costos de trituración del poroto de soja dos veces menores que los de Estados Unidos y hasta tres veces menores que los de Brasil. Con una nueva coyuntura de demanda internacional con precios favorables y con las proyecciones de consumo en el tiempo, la voracidad por ampliar la frontera agrícola y obtener más tierras para el cultivo de la soja -el cual se está perfilando como la principal fuente de producción de agrocombustibles- presenta perspectivas alarmantes. Se trata de un negocio para las corporaciones y los bloques de poder ligados a los agronegocios en el país”.
Una de las consecuencias más preocupantes de este crecimiento desproporcionado se ve en las góndolas. Es que la ausencia de políticas acertadas ha conducido a que disminuyan profundamente producciones vitales para la seguridad alimentaria nacional, como por ejemplo la ganadería, la lechería y demás cultivos, todos ellos desplazados por la seducción de las ganancias que proporciona la soja. Hay leyes básicas de cualquier economía capitalista: aquella que indica que a menor oferta y mayor demanda los productos se encarecen, aquí se cumple a rajatabla. Los índices de inflación de la canasta básica (no oficiales, demás está decir) así lo indican: las proyecciones para este año la ubican en el 30%.
“La carne sube, porque cada vez tenemos menos vacas. La gente no quiere ser ganadera sino sojera”, señaló la doctora Graciela Gómez, de Romang, quien se ha pronunciado varias veces y por distintos medios para alertar de las consecuencias de la feroz ampliación de la frontera agropecuaria para la soja, entre ellas las vinculadas a los fertilizantes.
“Si a los productores les explicás lo del glifosato, no lo entienden o no lo quieren entender. Creen que el glifosato es biodegradable”, dijo casi resignada.
Tras subrayar que las ganancias generadas por el negocio biodiesel son solamente para “las grandes corporaciones cerealeras”, invitó a observar lo que sucede en México, donde “la comida básica, que es la tortilla de maíz, se encareció a niveles impensados desencadenando protestas. Allá el maíz se exporta masivamente a Estados Unidos para producir bioetanol. Es muy grave”. A esto añadió que en la provincia “no hay granjas hortícolas y las que quedan y están cerca de plantaciones de soja son afectadas con las fumigaciones. En 10 años, las tierras que se cultivan con soja no servirán para nada y a esto lo advierten los mismos organismos oficiales. No hay un pájaro, las tierras no tienen ni gusanos. Esta era una tierra rica en nutrientes, pero ahora no hay nada, no hay aves. Las pocas que hay se las encuentra muertas”.
“Hay momentos en los que el precio del tomate está por las nubes, las papas y el zapallo parecen un lujo; nuestro famoso asado pasa a formar parte de las guarniciones. Y mientras, las vacas no tienen donde pastar. ¿Las pondremos en los techos de las casas?”, se preguntó la profesional.
Siguiendo en esa línea de pensamiento, explicó que los biocombustibles “dan beneficios cada seis meses, y los pastos en los que se crían las vacas lo dan a varios años, por lo que se comenzaron a usar estos terrenos para la producción de biocombustibles. La conclusión es un aumento de precio en la carne de vaca, duplicando o triplicando su valor en Argentina”.
UNA GUERRA CONTRA LOS POBRES. A principios de año, en el diario inglés The Guardian, George Monbiot se explayó en torno a la grave crisis mundial de las fuentes de energía. Allí dio cuenta de que la Unión Europea ha reconocido que “la dependencia del petróleo del sector del transporte es uno de los problemas más serios que sufre Europa en cuanto a la inseguridad en el abastecimiento de energía”. Por lo tanto, para diversificar los abastecimientos de combustible y, en parte, para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, la UE ordenó a los estados miembros que para 2020, el 10% del combustible usado en los coches sea reemplazado por biocombustibles. No es casual entonces que tantos capitales internacionales inviertan en Santa Fe en el negocio del biodiesel: los números van a cerrar y más que positivamente.
“Esto no resolverá el pico del petróleo, pero puede que incluso lo ponga en perspectiva al provocar un problema aun mayor”, anticipó Monbiot. Sucede que la misma UE aceptó que “los biocombustibles no son una panacea verde. Las reglas incluidas en borrador dicen que estos no deben ser producidos destruyendo bosques primarios, pastos y humedales, ya que esto puede causar un aumento neto en las emisiones tóxicas. Tampoco se podrá dañar ningún ecosistema con una gran biodiversidad para producir biocombustibles”.
Sin embargo, en Santa Fe se deforestaron entre 1998 y 2006 más de 32.000 hectáreas de monte nativo, según datos de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación.
“Si los biocombustibles no pueden ser cultivados en tierras vírgenes, estos deben confinarse a la existente superficie agrícola, lo que significa que cada vez que llenamos el tanque quitamos comida de las bocas de la gente. Esto además aumenta el precio de los alimentos, lo que anima a los agricultores a extender los cultivos hacia otras tierras, bosques primarios, pastos antiguos, humedales y todo lo demás. Nos podemos felicitar por mantenernos moralmente puros, pero los impactos son los mismos. No hay salida para esto: en un planeta finito con un abastecimiento de alimentos muy ajustado, o se entra en competencia con los pobres o se utilizan nuevas tierras”, concluyó drásticamente el artículo del matutino inglés.
La tendencia apunta a que si el mundo reclama biocombustibles, se cumplirá con esa demanda. ¿Será al costo de los bolsillos y el hambre de los santafesinos?
Y una vez que los tanques de los modernos vehículos del primer mundo estén repletos de combustible extraído de vegetales plantados aquí ¿con qué se llenarán nuestros platos?
MÁS PRODUCCIÓN, MENOS DUEÑOS. El Censo Nacional Agropecuario (CNA) de 1988 en Santa Fe arrojó que existían 37.029 explotaciones agropecuarias. En 2002 el número había disminuido a 28.103, lo que significa una reducción más del 24%. La cuestión se explica en un análisis de la Facultad de Ciencias Agropecuarias de la UNL, en base a un estudio hecho sobre el departamento Las Colonias. Allí se señala que, según el CNA, había en 1988 3.128 establecimientos y que en 2002 quedaban 2.122. Sin embargo había crecido la cantidad de hectáreas ocupadas: en la primera muestra eran 581.388; en la segunda 606.454.
VERDADERO PEQUEÑO PRODUCTOR. Ángel Strapazzon es dirigente del Movimiento Campesino de Santiago del Estero-Vía Campesina, que ante la cuestión del conflicto con el agro tiene una postura que no se alinea ni con el gobierno ni con las entidades agropecuarias sino que, por el contrario, es crítica con ambos. En la cuestión puntual del alza de los alimentos, Strapazzon lamentó que en Argentina “estemos destinando el 25% de los monocultivos para hacer biocombustible, comida para los automóviles. Sabemos que de los 800 millones de automóviles que andan en el mundo, 500 millones no tendrían que andar. Los ricos se compran en sus casas tres y cuatro automóviles. En Europa, por casa, hay uno por persona. Es increíble que tengamos que destinar lo que comemos los seres humanos a darle de comer al exceso de automóviles que hay en el mundo. Debemos trabajar la tecnología renovable como la energía solar, la energía eólica, debemos seguir incursionando en eso”, propuso.
El dirigente santiagueño expuso además, como otra razón del alza de los precios a nivel mundial, que “el 80% de los alimentos están en manos de ocho o nueve corporaciones transnacionales como son la Dreyfus, Monsanto, Syngenta, Cargill. No puede ser que los gobiernos del mundo se hayan dejado robar de las manos. Esto lo ha afirmado la FAO (el organismo de la ONU encargado de agricultura y alimentación): el derecho a conducir o, por lo menos, poner normativas al ida y vuelta de los alimentos del mundo”.
Para Strapazzon, el problema de la escalada del precio de alimentos no se cierra solamente en la soja, sino que también se vincula a otros monocultivos. Da otro ejemplo: “es también un problema la siembra de monocultivos como el eucalipto. En Uruguay, Entre Ríos y Corrientes hay ricas tierras que se utilizan para hacer pasta de celulosa en vez de alimentos. Un eucalipto bebe más de 100 litros de agua por día. La vaca, la famosa vaca uruguaya que hasta hace poco competía por el favor con la nuestra, usa entre 40 y 50 litros por día y, sin embargo, han cerrado un montón de establecimientos ganaderos para poner eucaliptos. Más de 25.000 trabajadores rurales, peones, estos gauchos uruguayos, los charrúas uruguayos que eran excelentes productores de vacas, se han quedado en la calle: el eucalipto no necesita mano de obra. Con Botnia dicen que van a tomar a 5.000 empleados. Está bien, pero ¿y los otros 20.000? ¿Y los otros 100.000 que trabajaban en frigoríficos o en el sistema de agroindustria de la carne?”, se preguntó.
EL GENOCIDIO, SEGÚN FIDEL CASTRO. Excitado por las perspectivas comerciales del bionegocio, el ex gobernador Jorge Obeid explicaba el año pasado: “Para los que tenemos más de 50 años esto puede ser difícil de entender, porque para nosotros los combustibles están bajo tierra en el sur de país o en zonas petroleras, pero hoy tenemos la posibilidad de que en pocos años seamos los productores de biocombustibles del mundo”. Y sentó posición: “Yo estoy convencido de que es una discusión incorrecta y en algunos casos mal intencionada. Los que están interesados en esto (en cuestionar este tipo de emprendimientos) son los grandes productores de petróleo que quieren seguir con su negocio”. Paradojas de la realidad, uno de los principales opositores a los biocombustibles es Fidel Castro, con quien Obeid dialogó tanto que hasta escribió el libro Cuba, Fidel y el peronismo. Mis encuentros con Castro y otros textos. Quién sabe, quizás en esas reuniones el viejo líder cubano le haya hecho saber al santafesino su pensamiento: al referirse al impulso que George Bush y Lula Da Silva le dieron a la producción de etanol a partir de la caña de azúcar, Castro lo calificó como “la internacionalización del genocidio” por considerar que “el negocio en general condenará a la muerte de hambre y sed a 3.000 millones de personas en todo el mundo”.
De nutrientes y de plagas.
“En Argentina, la intensificación de la producción sojera ha llevado a una importante caída en el contenido de nutrientes del suelo. La producción continua de soja ha facilitado la extracción, sólo en el año 2003, de casi un millón de toneladas de nitrógeno y alrededor de 227.000 de fósforo. Sólo para reponer a estos dos nutrientes, en su equivalente de fertilizante comercial, se necesitarían unos 910 millones de dólares”.
“La investigación ecológica sugiere que la reducción de la diversidad paisajística devenida por la expansión de los monocultivos a expensas de la vegetación natural, ha conducido a alteraciones en el balance de insectos, plagas y enfermedades. En estos paisajes, pobres en especies y genéticamente homogéneos, los insectos y patógenos encuentran las condiciones ideales para crecer sin controles naturales. El resultado es un aumento en el uso de agroquímicos los que, por supuesto, luego de un tiempo ya dejan de ser efectivos, debido a la aparición de resistencia o trastornos ecológicos típicos de la aplicación de pesticidas. Además, los agroquímicos conducen a mayores problemas de contaminación de suelos y polución de aguas, eliminación de la biodiversidad y envenenamiento humano”.
“En la campaña 2004/05 en Argentina las aplicaciones con glifosato alcanzaron los 160 millones de litros de producto comercial. Se espera un incremento aún mayor en el uso de este herbicida, a medida que las malezas comiencen a tornarse tolerantes al glifosato”.
(Fragmentos de un informe del doctor Walter Pengue, incluido el estudio “El avance de la frontera agropecuaria y sus consecuencias”, de la Secretaría de Medio Ambiente de la Nación)
Publicado en Pausa #3, 30 de mayo de 2008.
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“Nos enfrentamos a una competencia entre los 800 millones de conductores que quieren proteger su movilidad y las 2.000 millones de personas más pobres del mundo que quieren sobrevivir. Los supermercados y las estaciones de servicio ahora compiten por los mismos recursos”. Lester Brown, fundador del Instituto World Watch
El avance del negocio de los biocombustibles en el país tiene como escenario principal a las tierras y el complejo industrial vinculado a la soja de la provincia de Santa Fe. Tanto que el Ministerio de la Producción provincial cuenta con una Secretaría de Sistema Agropecuario, Agroalimentos y Biocombustibles. No es para menos: en el sur santafesino están las dos más grandes plantas procesadoras y exportadoras de este producto en el país, con una capacidad de producción de más de 200.000 toneladas anuales cada una. La película recién comienza, ya que por ejemplo el gigante francés Louis Dreyfus espera empezar a producir 300.000 toneladas en su planta a inaugurar, también cerca de Rosario. Mientras tanto, empresas ya asentadas invirtieron en el corto plazo lo necesario para duplicar su producción de combustible a base de oleaginosas. En la conjunción de tierras productivas, capacidad de procesamiento y la inmediata salida a través del puerto rosarino están las claves del crecimiento de esta denominada “alternativa renovable” a la crisis energética mundial causada por la lenta muerte de los combustibles fósiles, que lleva sus precios a niveles impensados no mucho tiempo atrás (ya ronda los 130 dólares el barril, mientras que hace sólo 10 años se ubicaba en 13 dólares).
La Secretaría de Agricultura de la Nación informó que el año pasado las ventas al exterior de biodiesel alcanzaron los 268 millones de dólares, que provinieron de 319.093 toneladas despachadas (lo que equivale a un valor de 841 dólares la tonelada). De esos envíos, el 73% se destinó solamente a los Estados Unidos, mientras que el resto se dirigió a países de Europa. La excitación que produce esta rama de los agronegocios no es para nada producto de una ficción, sino que la causan los números a futuro. Por ejemplo, las estimaciones señalan que este año las exportaciones podrían llegar al millón de toneladas y que el valor de la tonelada seguramente superará los 900 dólares. Esto fue determinante para que el ex ministro de Economía Martín Lousteau emitiera la resolución 126, es decir, la siguiente a la tan polémica resolución 125 que elevó las retenciones de las exportaciones de cereales y desencadenó los reclamos de las entidades rurales en un conflicto que ya lleva casi tres meses.
Aquella resolución, la 126, subió al 20% los derechos a la exportación de biodiesel, los que anteriormente estaban en el irrisorio nivel del 5% ¡con reintegros del 2,5%! En el anterior esquema impositivo se gravaba en 32% las ventas al exterior de aceite de soja. La diferencia con el biodiesel se fundamenta en que éste es un subproducto de aquella. Estas enormes facilidades seguramente han sido un factor determinante para el boom de inversiones en biodiesel, que en Santa Fe además gozan de exenciones impositivas más que atractivas desde el gobierno de Jorge Obeid. En el nuevo esquema, el aceite de soja pagará en promedio, y siempre que se mantenga en la actual banda de precios, un 40% y el biodiesel, como ya se mencionó, un 20%.
EL DÍA DESPUÉS DE MAÑANA. El conflicto entre las entidades rurales y el gobierno puso al desnudo buena parte de la política agropecuaria nacional, que hasta hace poco era desconocida por la gran mayoría de los argentinos no vinculados directamente al sector.
Pero lamentablemente la discusión ha quedado enfrascada en la cuestión de las retenciones (que en definitiva no implican más de 1.500 millones de pesos) sin que se ponga sobre el tapete el problema más grave, esto es, el modelo agropecuario del país, que se relaciona directamente con la seguridad alimentaria de los argentinos.
En ese marco, el rol de los biocombustibles producidos localmente despierta grandes temores por su vínculo lineal con la tendencia nacional al monocultivo -de soja transgénica en este caso- con una consecuente expansión casi sin límite de la frontera agrícola.
Según datos de la organización ambientalista Greenpeace, para proveer materia prima para las plantas de biodiesel existentes y proyectadas en Santa Fe y todo el país se necesitarán más de 9 millones de hectáreas destinadas sólo al cultivo de soja, cifra que casi iguala a la superficie de la provincia.
A esto se suman las especiales condiciones del complejo sojero en el sur santafesino para el procesamiento del cereal, tanto para aceite como para biodiesel.
El año pasado Pablo Bertinat, del Taller Ecologista de Rosario, señaló: “Santa Fe posee el mayor complejo internacional de producción de aceite de soja: las particulares condiciones geográficas y económicas del país después de la devaluación de 2001 permiten a las empresas radicadas en el Gran Rosario generar costos de trituración del poroto de soja dos veces menores que los de Estados Unidos y hasta tres veces menores que los de Brasil. Con una nueva coyuntura de demanda internacional con precios favorables y con las proyecciones de consumo en el tiempo, la voracidad por ampliar la frontera agrícola y obtener más tierras para el cultivo de la soja -el cual se está perfilando como la principal fuente de producción de agrocombustibles- presenta perspectivas alarmantes. Se trata de un negocio para las corporaciones y los bloques de poder ligados a los agronegocios en el país”.
Una de las consecuencias más preocupantes de este crecimiento desproporcionado se ve en las góndolas. Es que la ausencia de políticas acertadas ha conducido a que disminuyan profundamente producciones vitales para la seguridad alimentaria nacional, como por ejemplo la ganadería, la lechería y demás cultivos, todos ellos desplazados por la seducción de las ganancias que proporciona la soja. Hay leyes básicas de cualquier economía capitalista: aquella que indica que a menor oferta y mayor demanda los productos se encarecen, aquí se cumple a rajatabla. Los índices de inflación de la canasta básica (no oficiales, demás está decir) así lo indican: las proyecciones para este año la ubican en el 30%.
“La carne sube, porque cada vez tenemos menos vacas. La gente no quiere ser ganadera sino sojera”, señaló la doctora Graciela Gómez, de Romang, quien se ha pronunciado varias veces y por distintos medios para alertar de las consecuencias de la feroz ampliación de la frontera agropecuaria para la soja, entre ellas las vinculadas a los fertilizantes.
“Si a los productores les explicás lo del glifosato, no lo entienden o no lo quieren entender. Creen que el glifosato es biodegradable”, dijo casi resignada.
Tras subrayar que las ganancias generadas por el negocio biodiesel son solamente para “las grandes corporaciones cerealeras”, invitó a observar lo que sucede en México, donde “la comida básica, que es la tortilla de maíz, se encareció a niveles impensados desencadenando protestas. Allá el maíz se exporta masivamente a Estados Unidos para producir bioetanol. Es muy grave”. A esto añadió que en la provincia “no hay granjas hortícolas y las que quedan y están cerca de plantaciones de soja son afectadas con las fumigaciones. En 10 años, las tierras que se cultivan con soja no servirán para nada y a esto lo advierten los mismos organismos oficiales. No hay un pájaro, las tierras no tienen ni gusanos. Esta era una tierra rica en nutrientes, pero ahora no hay nada, no hay aves. Las pocas que hay se las encuentra muertas”.
“Hay momentos en los que el precio del tomate está por las nubes, las papas y el zapallo parecen un lujo; nuestro famoso asado pasa a formar parte de las guarniciones. Y mientras, las vacas no tienen donde pastar. ¿Las pondremos en los techos de las casas?”, se preguntó la profesional.
Siguiendo en esa línea de pensamiento, explicó que los biocombustibles “dan beneficios cada seis meses, y los pastos en los que se crían las vacas lo dan a varios años, por lo que se comenzaron a usar estos terrenos para la producción de biocombustibles. La conclusión es un aumento de precio en la carne de vaca, duplicando o triplicando su valor en Argentina”.
UNA GUERRA CONTRA LOS POBRES. A principios de año, en el diario inglés The Guardian, George Monbiot se explayó en torno a la grave crisis mundial de las fuentes de energía. Allí dio cuenta de que la Unión Europea ha reconocido que “la dependencia del petróleo del sector del transporte es uno de los problemas más serios que sufre Europa en cuanto a la inseguridad en el abastecimiento de energía”. Por lo tanto, para diversificar los abastecimientos de combustible y, en parte, para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, la UE ordenó a los estados miembros que para 2020, el 10% del combustible usado en los coches sea reemplazado por biocombustibles. No es casual entonces que tantos capitales internacionales inviertan en Santa Fe en el negocio del biodiesel: los números van a cerrar y más que positivamente.
“Esto no resolverá el pico del petróleo, pero puede que incluso lo ponga en perspectiva al provocar un problema aun mayor”, anticipó Monbiot. Sucede que la misma UE aceptó que “los biocombustibles no son una panacea verde. Las reglas incluidas en borrador dicen que estos no deben ser producidos destruyendo bosques primarios, pastos y humedales, ya que esto puede causar un aumento neto en las emisiones tóxicas. Tampoco se podrá dañar ningún ecosistema con una gran biodiversidad para producir biocombustibles”.
Sin embargo, en Santa Fe se deforestaron entre 1998 y 2006 más de 32.000 hectáreas de monte nativo, según datos de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación.
“Si los biocombustibles no pueden ser cultivados en tierras vírgenes, estos deben confinarse a la existente superficie agrícola, lo que significa que cada vez que llenamos el tanque quitamos comida de las bocas de la gente. Esto además aumenta el precio de los alimentos, lo que anima a los agricultores a extender los cultivos hacia otras tierras, bosques primarios, pastos antiguos, humedales y todo lo demás. Nos podemos felicitar por mantenernos moralmente puros, pero los impactos son los mismos. No hay salida para esto: en un planeta finito con un abastecimiento de alimentos muy ajustado, o se entra en competencia con los pobres o se utilizan nuevas tierras”, concluyó drásticamente el artículo del matutino inglés.
La tendencia apunta a que si el mundo reclama biocombustibles, se cumplirá con esa demanda. ¿Será al costo de los bolsillos y el hambre de los santafesinos?
Y una vez que los tanques de los modernos vehículos del primer mundo estén repletos de combustible extraído de vegetales plantados aquí ¿con qué se llenarán nuestros platos?
MÁS PRODUCCIÓN, MENOS DUEÑOS. El Censo Nacional Agropecuario (CNA) de 1988 en Santa Fe arrojó que existían 37.029 explotaciones agropecuarias. En 2002 el número había disminuido a 28.103, lo que significa una reducción más del 24%. La cuestión se explica en un análisis de la Facultad de Ciencias Agropecuarias de la UNL, en base a un estudio hecho sobre el departamento Las Colonias. Allí se señala que, según el CNA, había en 1988 3.128 establecimientos y que en 2002 quedaban 2.122. Sin embargo había crecido la cantidad de hectáreas ocupadas: en la primera muestra eran 581.388; en la segunda 606.454.
VERDADERO PEQUEÑO PRODUCTOR. Ángel Strapazzon es dirigente del Movimiento Campesino de Santiago del Estero-Vía Campesina, que ante la cuestión del conflicto con el agro tiene una postura que no se alinea ni con el gobierno ni con las entidades agropecuarias sino que, por el contrario, es crítica con ambos. En la cuestión puntual del alza de los alimentos, Strapazzon lamentó que en Argentina “estemos destinando el 25% de los monocultivos para hacer biocombustible, comida para los automóviles. Sabemos que de los 800 millones de automóviles que andan en el mundo, 500 millones no tendrían que andar. Los ricos se compran en sus casas tres y cuatro automóviles. En Europa, por casa, hay uno por persona. Es increíble que tengamos que destinar lo que comemos los seres humanos a darle de comer al exceso de automóviles que hay en el mundo. Debemos trabajar la tecnología renovable como la energía solar, la energía eólica, debemos seguir incursionando en eso”, propuso.
El dirigente santiagueño expuso además, como otra razón del alza de los precios a nivel mundial, que “el 80% de los alimentos están en manos de ocho o nueve corporaciones transnacionales como son la Dreyfus, Monsanto, Syngenta, Cargill. No puede ser que los gobiernos del mundo se hayan dejado robar de las manos. Esto lo ha afirmado la FAO (el organismo de la ONU encargado de agricultura y alimentación): el derecho a conducir o, por lo menos, poner normativas al ida y vuelta de los alimentos del mundo”.
Para Strapazzon, el problema de la escalada del precio de alimentos no se cierra solamente en la soja, sino que también se vincula a otros monocultivos. Da otro ejemplo: “es también un problema la siembra de monocultivos como el eucalipto. En Uruguay, Entre Ríos y Corrientes hay ricas tierras que se utilizan para hacer pasta de celulosa en vez de alimentos. Un eucalipto bebe más de 100 litros de agua por día. La vaca, la famosa vaca uruguaya que hasta hace poco competía por el favor con la nuestra, usa entre 40 y 50 litros por día y, sin embargo, han cerrado un montón de establecimientos ganaderos para poner eucaliptos. Más de 25.000 trabajadores rurales, peones, estos gauchos uruguayos, los charrúas uruguayos que eran excelentes productores de vacas, se han quedado en la calle: el eucalipto no necesita mano de obra. Con Botnia dicen que van a tomar a 5.000 empleados. Está bien, pero ¿y los otros 20.000? ¿Y los otros 100.000 que trabajaban en frigoríficos o en el sistema de agroindustria de la carne?”, se preguntó.
EL GENOCIDIO, SEGÚN FIDEL CASTRO. Excitado por las perspectivas comerciales del bionegocio, el ex gobernador Jorge Obeid explicaba el año pasado: “Para los que tenemos más de 50 años esto puede ser difícil de entender, porque para nosotros los combustibles están bajo tierra en el sur de país o en zonas petroleras, pero hoy tenemos la posibilidad de que en pocos años seamos los productores de biocombustibles del mundo”. Y sentó posición: “Yo estoy convencido de que es una discusión incorrecta y en algunos casos mal intencionada. Los que están interesados en esto (en cuestionar este tipo de emprendimientos) son los grandes productores de petróleo que quieren seguir con su negocio”. Paradojas de la realidad, uno de los principales opositores a los biocombustibles es Fidel Castro, con quien Obeid dialogó tanto que hasta escribió el libro Cuba, Fidel y el peronismo. Mis encuentros con Castro y otros textos. Quién sabe, quizás en esas reuniones el viejo líder cubano le haya hecho saber al santafesino su pensamiento: al referirse al impulso que George Bush y Lula Da Silva le dieron a la producción de etanol a partir de la caña de azúcar, Castro lo calificó como “la internacionalización del genocidio” por considerar que “el negocio en general condenará a la muerte de hambre y sed a 3.000 millones de personas en todo el mundo”.
De nutrientes y de plagas.
“En Argentina, la intensificación de la producción sojera ha llevado a una importante caída en el contenido de nutrientes del suelo. La producción continua de soja ha facilitado la extracción, sólo en el año 2003, de casi un millón de toneladas de nitrógeno y alrededor de 227.000 de fósforo. Sólo para reponer a estos dos nutrientes, en su equivalente de fertilizante comercial, se necesitarían unos 910 millones de dólares”.
“La investigación ecológica sugiere que la reducción de la diversidad paisajística devenida por la expansión de los monocultivos a expensas de la vegetación natural, ha conducido a alteraciones en el balance de insectos, plagas y enfermedades. En estos paisajes, pobres en especies y genéticamente homogéneos, los insectos y patógenos encuentran las condiciones ideales para crecer sin controles naturales. El resultado es un aumento en el uso de agroquímicos los que, por supuesto, luego de un tiempo ya dejan de ser efectivos, debido a la aparición de resistencia o trastornos ecológicos típicos de la aplicación de pesticidas. Además, los agroquímicos conducen a mayores problemas de contaminación de suelos y polución de aguas, eliminación de la biodiversidad y envenenamiento humano”.
“En la campaña 2004/05 en Argentina las aplicaciones con glifosato alcanzaron los 160 millones de litros de producto comercial. Se espera un incremento aún mayor en el uso de este herbicida, a medida que las malezas comiencen a tornarse tolerantes al glifosato”.
(Fragmentos de un informe del doctor Walter Pengue, incluido el estudio “El avance de la frontera agropecuaria y sus consecuencias”, de la Secretaría de Medio Ambiente de la Nación)
Publicado en Pausa #3, 30 de mayo de 2008.
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